En la reseña de Air Force One dije que hay películas que se hacen una y otra vez con distinto nombre, y lo mismo ocurre con ciertos personajes. Drácula, Frankenstein o el Hombre Lobo llegan cada cierto tiempo a los cines con versiones rompedoras y otras que recuerdan a los clásicos, y La Momia no es ninguna excepción. El antiguo Egipto despierta en nosotros un interés increíble, y las películas ambientadas en él siempre tienen gran éxito. Y esta penúltima versión de La Momia (hay un remake en ciernes) es una cinta de aventuras entretenida que se rodó en el momento justo y encontró un equilibrio perfecto para proporcionarnos una de las mejores cintas de los noventa.
En otro de los célebres casos de las “cintas dobles”, La Momia se estrenó casi al mismo tiempo que La Sombra del Faraón, un pestiño de serie B horrible como él solo que tengo pendiente volver a ver sólo por lo espeluznante que era. La cinta protagonizada por un Brendan Fraser que había visto en cintas como Buscando a Eva o George de la Jungla es muchísimo mejor, y apuesta por las aventuras más clásicas y añoradas por el público a la vez que fusilaba sin piedad la cinta original de Boris Karloff de mismo título y que es un clásico del cine. Esta nueva versión es lo que ahora llaman “actualización”, y es sorprendente ver cómo han cambiado los mecanismos y también los medios a la hora de contar historias.
Desde el espectacular prólogo que nos mete de lleno en el reino de los faraones y que soporta genial el paso del tiempo, y una ambientación que no sé cómo de fiel será pero que desde luego sirve para ponernos en situación, vemos que es una gran película. Recuperamos al sacerdote Imhotep, enamorado de la concubina favorita del faraón y condenado a sufrir por toda la eternidad por ello (además de por el añadido de asesinar al faraón y jugar con el inframundo), y volvemos a la idea de convertir a este ser en una especie de conde Drácula, un ser principalmente romántico. Todo lo demás, las ruinas de Hamunaptra, el aguerrido Rick O’Connell y hasta la carrera de camellos, el encuentro con los Med-Jai, el hallazgo del libro de los muertos y hasta el despertar de la momia de Imhotep en la película original se resumían en la primera escena, con dos personajes hablando sobre el estado de un féretro que acaban de encontrar. Es el ejemplo más claro de cómo aquí las aventuras cargan con todo el peso, utilizando un aspecto casi de western cada vez que los americanos aparecen y con un uso ejemplar de la acción, sin excesos, y siempre salpicado de humor, aprendiendo de lo mejor de Indiana Jones (El propio Indi copiaría elementos de esta película en su cuarta y tardía entrega).
Todo aquí encaja a la perfección, desde la preciosa y mandona Rachel Weisz, el hermano con pintas de perdedor hasta el genial Arnold Vosloo, con un rostro idóneo para interpretar a un sacerdote egipcio cabreado. La franquicia tendría dos secuelas más que no estarían a la altura de la primera, y es una lástima, porque no se hacen muchas cintas de este tipo, tan entretenidas y estimulantes, donde los efectos especiales no abruman, sino que impresionan y sirven para que sintamos aún más la amenaza sobrenatural de uno de los personajes más carismáticos del cine de terror sobrenatural. La próxima cinta de La Momia, que podría llegarnos en un par de años, tirará más por ese camino, pero en el lugar de muchos de nosotros siempre habrá un rinconcito para Imhotep.
